18 diciembre 2012

Tiempo de decir adios...



Uno generalmente tiene la cabeza ocupada en muchas cosas, trabajo, estudio, amigos, pareja, su hogar, sus mascotas y un sinfín de variados pensamientos que abundan en la cabeza de una persona común y corriente, quizás por eso la muerte le pega tan duro a la mayoría cuando toca a un familiar, amigo, mascota, ser querido, porque justamente en lo que menos pensamos es en la muerte, otros muy pocos como yo, la miramos de reojo, sabemos que está y que su dedo efectivamente nos señalará a nosotros.

Cuando pensamos en la muerte pensamos como algo terrible, le hacemos un millón de preguntas y pretendemos que nos de ese millón de respuestas que a fin de cuentas jamás nos va a dar, porque la muerte en sí misma es la única respuesta a ese millón de preguntas. Es el  juez y el verdugo al mismo tiempo, quien nos marca el final de nuestro tiempo en este mundo terrenal, en lo que consideramos tangible, muchas veces la creemos injusta por llevarse a una buena persona y le damos el adjetivo de sabia cuando se lleva a quien hizo el mal.

Para no dar vueltas al asunto en demasía, la muerte este fin de semana me tocó de cerca y decidió que mi abuela, mi segunda madre había cumplido su ciclo en esta vida, se la llevó en paz, en silencio, sin dar señales, vi a mi familia llorar, sufrir y me sorprendió que yo no haya podido derramar una lagrima, pensé que me había vuelto una persona fría, sin sentimientos y ensimismado en esta interrogante, me di cuenta de que no había lagrimas por derramar, la disfruté tanto en vida, me regaló tantos momentos inolvidables, tantas enseñanzas que mi corazón supo que despedirla con lagrimas era opacar tanta felicidad recibida, decidí sonreír, opté por acercarme a su cuerpo, que supo ser tan cálido como un hermoso día de verano, para sentirlo frío, su alma había dejado el cántaro que su cuerpo supo ser para volverse imperecedero,  se fundió en nuestros corazones, en nuestra memoria, un lugar en donde lo que nos hizo y quien nos hizo felices vive eternamente, se convierte en la energía necesaria para seguir caminando, luchando y sintiéndonos protegidos en cada paso que damos, cada quien tiene sus creencias y no pretendo que esto se comparta en su totalidad, es mi experiencia, lo que siento, lo que me corre por dentro.

Sé que cada vez que sienta el olor de los jazmines, cada vez que entre en una cocina y alguien esté cocinando algo bien rico y con amor y ese aroma entre en mi nariz, que cuando alguien me cuente su historia de vida, sobre su niñez, cada vez que alguien me rete por cosas que hago mal, su voz, su cara, todo el tiempo que pasamos juntos va a volver a hacerse presente y me va a hacer sonreír y voy a mirar al cielo y te voy a volver a agradecer por todo el amor que me diste.

Sé que nos vamos a volver a ver, pero no todavía.

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